Pepi tenía dueño y casa, pero un día lo perdió todo.
Su dueño, en quien más confiaba, la llevó a una zona desierta, la ató a una valla y la abandonó.
La cachorra no se dio cuenta de que la habían traicionado y esperaba que volvieran por ella y la llevaran a casa.
Soportando hambre y frío, la fiel perrita siguió esperando en el mismo lugar donde su dueño la abandonó. Se negaba a creer que ya no la querían.
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Afortunadamente, la gente buena se dio cuenta y entró en acción: la liberaron.
Como Pepi estaba demasiado asustada, no pudieron capturarla por lo que llamaron a un rescatista de perros.
La amable mujer prometió ayudarla y corrió a ayudarla.
La perrita no podía entender por qué sus humanos la dejaban sola. Miró a su salvador con una expresión triste en su rostro.
La mujer intentó ganarse su confianza, pero Pepi era demasiado tímida y mantuvo la distancia.
Aunque empezó a nevar copiosamente, el perrito se sentó en el suelo frío y miró a lo lejos.
La mujer de gran corazón se sintió desconsolada por ella y decidió quedarse con Pepi durante la noche porque no podía dejarla.
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A la mañana siguiente, la perrita se sintió aún más triste. Empezó a perder la esperanza de volver a ver a su dueña.
El rescatador se acercó a Pepi y le pidió que la acompañara.
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Sintiéndose demasiado exhausto y desconsolado para seguir esperando, el perro aceptó acompañarla.
Durante el trayecto hasta la casa del rescatista, Pepi seguía triste y no dejaba de lloriquear.
Ella no podía imaginar que su vida cambiaría para mejor.
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Una vez que su rescatadora trajo al perro a casa, le dio un baño y lo envolvió en mantas.
Esa noche, Pepi durmió en su cama, sintiéndose segura y cálida.
Por la mañana, la perrita salió a pasear con su salvadora. Aunque todavía era tímida, Pepi poco a poco empezó a confiar en su héroe y en su familia.
Se acurrucaron con ella y le dieron mucho amor.
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Cuando su salvadora la oyó aullar, se alegró. Sabía que era una señal de que Pepi estaba ganando confianza.
Doce días después de ser rescatada, la perrita comenzó a revelar su encantadora personalidad. Exploraba su entorno con curiosidad.
Su corazón se llenó de esperanza.
Posteriormente Pepi fue trasladada a una estupenda casa de acogida donde fue recibida con los brazos abiertos.
Su madre adoptiva le dio mucho amor y el cachorro absorbió su afecto.
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Dejó atrás su pasado y rodó por el suelo como si estuviera celebrando su nuevo comienzo.
De ser una perrita desesperada y abandonada que esperaba a su dueño en la nieve helada, Pepi pasó a ser una perrita hermosa y feliz.
Aunque no sé qué pasó después en su historia, estoy seguro de que se siente segura y querida donde quiera que esté.